domingo, 10 de abril de 2022

Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente.

Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéfalo anterior.

Traté de montarlo pero escapó y ahora parece esperarme enterrado en mi interior.

Lo escucho cuando despierto solo y desorientado.

Relincha desde mi garganta hacia mis oídos.


Creo que es blanco.

No lo será, pero me gustaría que lo fuese.

Espero poder pintarlo si me equivoco, como todo lo demás.

Puedo pintar todo lo demás.


Suenan pisadas cerca pero sé que estoy solo.

Quizá sea ella que viene a gritarme una vez más;

¡Deja de esconderte, sal fuera y mira de frente!


Quizá es un maestro momificado hace dos mil o tres mil años,

cuyo nombre no conozco ni figura en las biografías de los grandes,

olvidado por la historia,

con barba de estética: ¿Qué coño es la estética?

Sería la más apropiada para alguien que trata de contarme lo que importa,

tenderme una soga, dejarme decidir no ponérmela al cuello, agarrarla con fuerza y esperar

resurgir de un mar de sentidos contrapuestos,

de amistades y sociedades que hablan distintas lenguas,

de silencios que hablan por mi cuando esperan mi respuesta,

respuesta que no quieren oír.


Ya ni tan siquiera quiero darla.


Quizá por eso sean míos los pasos que oigo

y ningún cadáver adorne este carnaval en el que a todos invito,

quizá son mías las suelas que raspan el verde de la pradera

que me abraza esta mañana de fuego y lunas llenas.


Quizá soy yo y no hay nadie más.


Quizá lo he conseguido, sigo vivo.


Quizá camino vestido con ropa pero desnudo de todo lo que fui.


Quizá encuentre si doy un par de vueltas bajo el sol con los labios secos,

ese caballo que me llama desde dentro.


Podría ver mar, resurrecciones, vientos que queman la piel, montañas compuestas por mis recuerdos

de otras rocas en otras laderas,

de otros zorros con aparentes ojeras oteando las llanuras,

de otros robles mecidos por otros vientos.


Podría verme en otros cuerpos.


Podría ser un caballo descansando al sol.


Podría asesinarme cada noche al dejarme dormir

para resucitar a la mañana siguiente

con menor carbón en el horno de combustión

que ocultan mis ojos

tras mi rostro

que lo mueve todo.


Así me contaminaría menos.


Podría viajar lo mismo,

podría tejer una vela y echarme al mar,

tatuarme como un marinero que un día respiraba como manda la evolución

y que ahora lo hace con branquias,

rebelado de continentes, islas y archipiélagos.


"Solo el infinito azul, puchero de los dioses, esa es mi casa".


Me levanto, escucho y nada.


Todavía solo. 

Por fin solo.


Mi cuerpo, el azul del cielo, el verde de la pradera. 

Nada más.

Algún susurro quizá, como mucho, de fantasmas antes acechantes,

ahora levantando vuelo. 

Abandonándome.


Y aún así, tan solo, todavía escucho al caballo cansado,

que relincha dentro de mi.


Volteo la cabeza al otro lado de la cordillera

y con una sopa de tristeza, destino, calma y serenidad 

me despido de todos aquellos que alguna vez me vieron.


Voy a montar el caballo que llevo dentro.


El sol sube, la luna lo oculta y yo cabalgo 

a otras tierras,

en otros mundos,

que quizá no existan,

pero que merezco,

que sin duda merezco.


Y si no llego,

no importa.


Nunca importó.


Nazco de nuevo.








viernes, 2 de julio de 2021

Los adjetivos que se creían sustancia

Nos hemos convertido en todo aquello 

patológico que acontece en el ser,

en los síntomas sobre la esencia,

en un intento por aceptarnos,

hemos confundido lo deseable con 

lo necesario.


Reencontremos los dolores que somos, 

lejos de la gripe del olvido,

los plañidos de soledad,

los extremos del ancho de banda,

las reivindicaciones que nos identifican como 

líneas divisorias,

atracadores del sentido,

que separan lo que somos de lo que podríamos 

llegar a ser.


Respétame en prosa lo que visto en verso,

que es la misma verdad con diferente música 

y no tenemos tiempo de pararnos a otra cosa

que no sea bailar.














viernes, 30 de octubre de 2020

Este es el camino

Escribo vida y el arroyo de un río montaña abajo yendo a morir a la eternidad recorre mi cuerpo.

Ambas palabras existiendo en el movimiento constante. 

A veces en uno tan brusco y directo que pareciera el tiempo pidiera permiso para congelarse y detener la transformación que lo cambiará todo de un segundo al siguiente.

A veces en uno tan sútil e inapreciable como la erosión de una roca en el desierto acariciada por la sábana del viento cada día en la mañana, década tras década.

Quizá un día el agua de ese río hierva tu sangre y te haga enloquecer y perder por completo el control de tus acciones. Podría quemarte la piel y mil ampollas maquillarían tu cuerpo impidiéndote vestirte a gusto, con el rostro tranquilo, sin romper tu boca, tus ojos, tus mejillas en abruptos y reactivos gestos de dolor. Colerizando tus respuestas antes tranquilas en un volcán ardiente que quemaría todo cuanto crecía a su alrededor.

Ese río podría, en otro momento, congelarse hasta aparantemente detenerse por completo y cortar cualquier atisbo de respiración, de energía o percepción de las extremidades de tu cuerpo. Borrar tu sentido del tacto por completo, hacerte difícil, imposible, la tarea de conocer qué es lo que estás tocando, cuánto corta la hoja sobre la que caminas, cuán de verdad es la piel que te quiere en la intimidad de vuestros cuerpos, antes, candentes.

Podría generarte apatía, desolación, conversión a una fe dogmática en busca de sentido a la era glacial que tus ojos cuentan que vives a todo aquel al que devuelves la mirada.

Y el fin de semana, al principio de un cambio buscado, cuando se disfrazase en equilibrio de claridad y transparencia, de balanza alineada, el río podría mutar en una agradable tarde de verano. Llegaría a ser una fiesta de cumpleaños donde todo aquel ser que has amado haría acto de presencia con algo para tomar bajo el brazo, ladrando, maullando y el agua drenase cada gota de veneno almacenado alguna vez en tu cuerpo para dejarte ser y sentir en todos aquellos que caminan hacia ti queriéndote de la mano, en algún momento, antes de partir para siempre y transformar en energía un último pensamiento que nunca podrá ser recitado.

La corriente te arrastrará unos días, fatigándote, retándote a nadar, a bracear todo aquello que no te gusta lejos de ti para dejarlo atrás. Lo hará, si, pero no te ayudará.

Y cuando estés llorando posado en la culpa, la traición o la soledad de un banco en una calle desconocida, tras el primer reguero de lágrimas, quizá ese día te sorprenda dejándote flotar boca arriba bajo un cielo infinito sin una nota más alta que otra en una partitura que mecerá tu consciencia invitándote a reconciliarte con cada canto rodado en el camino, con cada problema presentado, cada muro levantado.

No peques de inocencia, ya hace tiempo te sabes empapado descendiendo con la corriente a esa nada inabarcable donde todo termina.

No trates de engañarte, no hay trucos de magia que sirvan cuando la certeza del río corriendo a desaparecer te aseguran una muerte irreversible. Un hundimiento final.

Este es el camino. Tú camino. 

No edifiques culpa, germina responsabilidad.

Yo trataré de ser fiel a ese en quien me he conocido.


Nada hará que termine diferente, que el río se detenga en un disfrute infinito, pero qué bonito... 


... qué bonito distinguir en el espesor de cualquier bosque

una mirada certera vestida por un corazón noble 

que se promete jamás dejar de remar, 

subir a su barco a todo aquel náufrago vencido

arrastrado en algún punto del camino

poniendo una venda sobre la herida ajena 

cerrando otra en su corazón herido,

ahora encontrado, una vez perdido.


Qué bonito reconocer la libertad

en un acto heroico 

que condena al propio final

por encontrar responsabilidad

en la vida vivida por uno mismo.









 

jueves, 11 de junio de 2020

Diario de viaje

Las hojas se han secado a este lado del país.

No estoy acostumbrado a viajar en autobús. Es extraño viajar con tantas personas a un lugar que no conoces. Donde me crié pasé la mayor parte del tiempo sobre la vieja moto de mi padre. Incluso estuve a punto de casarme subido a ella.

Ella trató de entenderlo pero nunca pudo sentir lo que yo sentía cuando subía a esa vieja moto y surcaba todos aquellos montes de día y noche.

Especialmente al atardecer, cuando el cielo se prepara para dormir y todas esas estrellas amenazan con brillar hasta nuestros ojos.

Nunca dejé de necesitarlo, ni siquiera incluso cuando la conocí a ella.

La primera persona de la que no tuve que salir corriendo.

Tras conocernos y mucho antes del cáncer aquella vieja moto tuvo que soportar el peso añadido de mi mujer durante los dos mejores años de mi vida.

Se marcharon a la vez. Sin carreteras, sin ella.

Llevo dos días de viaje y aún no soy capaz de imaginar algo que me haga volver a sentirme vivo en esta ciudad.

Supongo que me dirigiré en cuanto reúna algo de dinero al primer concesionario que encuentre y compraré algún trasto con dos ruedas.

Quizá visite el cementerio local y hable con ella durante un rato, fingiendo que alguna de las lápidas olvidadas es la suya.

No puedo esperar a llegar a la estación, encontrar trabajo y volver a subir al punto más alto a ver el sol esconderse de nosotros otra vez.


Albus H.




lunes, 18 de mayo de 2020

Érase, Es y Será

Érase una vez un poco de polvo flotando en el aire que pensaba y sentía.

Lo hacía, lo hace, lo hará.

Polvo que gana trofeos y lo celebra, 
que sabe cocinar, seducir y drogarse.

Polvo que cree que sueña,
que analiza los elementos que componen sus pesadillas.

Polvo que quiere igualdad, que quiere control, que quiere saberse con la razón.

Polvo que se infecta, se cura y se vuelve a infectar
a través de la tos.

Siente que todo le importa y que nada es suficiente. Y antes de darse cuenta, en lo que pareciera un instante de pasado y presente, llega la corriente y se lo lleva en un viaje que lo transformará en otra cosa diferente.
Entonces, justo antes de medrarse, dejar de sentirse existente, pensante, se dará cuenta de que nada importaba y de que todo era suficiente.

Justo antes de perdonar y olvidarse.
Justo antes del diluvio universal.
Justo antes de levantarse a trabajar.

Justo antes de conocerse entre las piernas de su madre.

Será una vez un poco de polvo recordando en el aire que creerá que siente.

Ya se lo llevó la corriente,
ya cree que sabe que está presente,
ya se lo llevó la corriente,
creando el pasado, olvidando su muerte.

Es una vez un poco de polvo soñando en el aire,
diciendo gilipolleces.



martes, 14 de abril de 2020

Confinamiento en verso

Tener frío de primavera disfrazada de otoño
charlando bajo las luces y sombras naturales
de una libertad prohibida a mediodía.

Salir a través de la ventana en un anhelo de escapismo
descender las enredaderas de olores y viento
y encontrarme con ese rostro amigo a las tres de la tarde
y encorsetarnos en palabras y calles ya transitadas tantas veces
que peinan canas en sus edificios y bares.

Que nos ilumine la exclamación tras el humo del primer cigarrillo
mientras nuestras ganas de relatarnos se agolpen como tambores invisibles en un instante de vida.

Ensuciar la suela de las zapatillas y arrastrarlas calle arriba, calle abajo,
tansitarlas escaleras arriba a alguna casa vecina.
Hablarlo todo en la terraza.
Escupirlo todo en un par de horas, quizá seis.

Y tener calor de verano lisiado en clave de pandemia derrotada. Aplastada.

Y subir esa calle.

Y verlas venir en las caras de la gente.

Y no encontrar bombillas de bajo consumo
iluminando celdas de una cárcel global
robándole a las nubes
su función
de romantizar
el dibujar con la mente.

El roce ruborizará los corazones de la gente
que nunca aprendió a llorar.

Los amantes aprenderán a desenredar los nudos
que tanto tiempo
pudo haber provocado en el pelo.

Y todos los demás volveremos a disfrazar
caminar
de
pasos que separan de
cuando realmente son
pasos que preparan
para llegar a.

Quien se salga en una curva
que charle un rato conmigo
antes de volver a ponerse en marcha.

Levantemos el culo de la silla, pongámonos en marcha.





sábado, 28 de marzo de 2020

Estoy aquí

Lo importante.

No soy un hombre de colores, pues todos somos capaces de pintar nuestra piel.

No soy un hombre de banderas pues he sido capaz de encontrar grandeza y dolor en ambos lados de cualquier frontera.

Ningún equipo, bando o ejercito podrá contarme entre sus filas pues no estoy ni jamás estaré dispuesto a cerrar mis puertas.

No seré ciego aunque mis ojos no puedan ver. No vestiré dogma alguno con nudo, doble o simple, atándolo tras mi cabeza.

No dedicaré mi vida, la única que tengo, a perseguir al diferente, a rechazar al igual, a buscar consuelo en sofismas, promesas de salvación o dioses que sostengan el juicio a mi ética en alguna de sus manos.

Miraré. Escucharé. Sentiré.

Buscaré la verdad y la justicia hasta que la muerte que hay en mí asfixie la última cascada de vida en mi cuerpo.

Rascaré cada pepita de oro de la historia que somos en cualquier parte de este planeta y no me importará la lengua que entienda, siempre protegeré al débil.

Y lo haré con mis colores. Los colores de todos.

Caminaré en este desierto de mentiras y presunciones sediento de certeza. Lo haré aunque mis rodillas se hundan en la arena y los dedos de mis manos pierdan sus huellas. Lo haré incluso sin identidad.

A pesar de las vítores de las masas enfervorecidas.

A pesar del discurso del odio.

A pesar del miedo en tu mirada.

A pesar de la falta de fuerzas.

Y cuando te encuentre, necesitándome, necesitándote yo; "enséñame como piensas, píntame de tus ideas. Sé crítica. Sé crítico."

Pregunta de día y te guiaré a casa.

Te lo prometo.







Eclipse

Hay un caballo corriendo en mi mente. Se aleja de mi frente al galope y cabalga sobre los cuerpos callosos, las circunvalaciones de mi encéf...